La copla. Emoción y poema[1]
Una aproximación a las coplas de autor, como la que tuve el placer de
abordar como prólogo a las de este libro de Miguel Ángel Yusta,
necesariamente va a oscilar entre pares de opuestos: el primero, el de
la tradición y el de la innovación creadora,
lo que no deja de ser sino una referencia más a la dicotomía, siempre
presente en las reflexiones sobre teoría literaria, acerca del contenido y de la forma,
más aún cuando la forma (en el caso que nos ocupa, la cuarteta
octosilábica asonantada en los pares) constituye en sí misma todo un
género tradicional: la copla.
Se asocia a menudo la tradición a la “pureza”, y la innovación a la “fusión”. Los puristas achacan a la innovación el defecto de la “corrupción”.
Contra la supuesta “pureza” de la tradición cabe precisamente alegar su
carácter de mixtura cultural de gran amplitud significativa. Como
anécdota relato en el prólogo que le oí decir a Pedro Iturralde, con
ocasión del concierto que ofreció en mayo de 2017 en la Casa de Aragón
en Madrid la cupletista zaragozana Corita Viamonte, que lo mejor de la
música del siglo pasado fue la copla, porque las letras eran pura
poesía. El artista de vanguardia, como Iturralde al fusionar jazz y
flamenco, lo que hace es actualizar la tradición.
Debido a la gran popularidad que obtuvo a mediados del XX la canción o
“copla andaluza”, todavía hoy solemos identificar la cuarteta
octosilábica asonantada en pares con ese subgénero, tan marcado
histórica y políticamente como expresión cultural de un régimen y de una
época. Y sin embargo, no es así. Conservamos coplas tan antiguas como
las propias lenguas romances. El profundo arraigo de la copla en
nuestra cultura se explica porque su surgimiento es coetáneo al de las
lenguas vernáculas peninsulares. De hecho, es probable que la copla
proceda de versos pareados más largos, al igual que los antiguos
romances proceden de la división métrica de los cantares de gesta, de
ahí que tanto los romances como las coplas tradicionales tuvieran rima
asonante en los pares. La copla es una forma poética que sirve de letra a
las canciones populares de todas partes de España: jotas, tonadillas,
rondas, muñeiras… Su nombre proviene de la voz latina copŭla,
que significa «enlace», «unión», ya que a menudo al ser cantadas las
cuartetas se amplían con versos de enlace de una cuarteta a la otra, o
bien se producen repeticiones o variaciones de versos, a veces en forma
de estribillos, etc.
Los chotis y cuplés tienen también como base las cuartetas
octosilábicas. La copla, por lo tanto, está profundamente arraigada en
la cultura popular peninsular. En su clásico manual Métrica Española,
Tomás Navarro Tomás dice de la copla que es “la más corriente de las
estrofas populares. Se cuentan por millares en las colecciones
folklóricas. Puede decirse que su abundancia compite con la de los
refranes. Se canta en la jota aragonesa, en la charrada salmantina, en
la ronda manchega, en la cueca chilena, en la mañanita mexicana, etc.
Figura en el canto andaluz con los nombres de saeta, petenera,
malagueña, rondeña, granadina y varios otros enumerados por Manuel
Machado en su Cantaora. A veces se componen en serie encadenada
repitiendo la última palabra o todo el verso final de cada cuarteta al
principio de la siguiente.”[1]Según
el mismo autor, “la cuarteta es una combinación de cuatro octosílabos
con asonancia en los pares, abcb. Aparece atestiguada desde las jarchyas
hispano-hebreas del siglo XI. Es designada comúnmente, por antonomasia,
copla o cantar”[2]. En el prólogo del Cancionero de Coplas Aragonesas de
Mayusta, José Luis Melero señala que en Aragón a la copla se la
denomina canta, cantar o cantica. Su relación con la canción popular es
innegable
Pero tampoco debemos confundir lo popular con lo vulgar. Se trata de otro par de opuestos: lo culto y lo popular.
Sin embargo, hay una interrelación literaria constante entre la
corriente culta y popular a lo largo de toda la historia. Y esto nos
lleva a la consideración del origen de la cuarteta en la poesía de transmisión oral, pero también la encontramos en la literatura escrita. La
influencia entre la corriente anónima de la copla y sus cultivadores en
la literatura ha sido, además, mutua: los poetas se han inspirado en el
modelo popular para construir coplas que, a su vez, a menudo han sido
recogidas por la tradición. Ante una estructura tan definida, surge
también la dicotomía entre el respeto formal, la ‘imitatio’ que se ajusta a un patrón, y la más pura libertad creadora; pero la repetición a lo largo de los siglos de una misma forma estrófica lo que hace es poner de relieve el sentido: si la forma es siempre la misma, lo que cambia es el contenido.
Las innovaciones, el vanguardismo en general, abren la puerta a la
sorpresa formal, pero las estructuras poéticas de la tradición, en las
que lo formal es muy transparente, nos enfocan directamente al sentido,
es decir, llegamos al significado del texto no subsidiariamente a la
forma, sino en estado puro. De ahí que los temas sean
de lo más variado: pueden ser tanto morales, políticos y filosóficos
como cotidianos, pero el amoroso es indudablemente el más tratado. Y
para concluir resumiendo, todo lo dicho aquí se puede condensar en una
copla de jota:
La jota no se encasilla
ni se duerme ni se muere,
que vivirá mientras haya
un corazón que la piense.
(Mayusta, Cancionero, 53)
[1] Publicado por Lastura Ediciones y Editorial Juglar, Madrid, 2020.
[2] Navarro Tomás (1974): Métrica Española. Madrid, Ediciones Guadarrama, pág. 547.
[2] Navarro Tomás (1974:533)