-TEXTO DE LA PRESENTACION DEL LIBRO DE MIGUEL ÁNGEL YUSTA CANCIONERO DE COPLAS ARAGONESAS. BIBLIOTECA DE ARAGON, 13 DE ABRIL DE 2011.
Yo digo siempre, altanero y orgulloso, que la cuarteta se inventó sólo para que con ella pudiera cantarse la jota aragonesa. Lo cierto es que esos cuatro versos octosílabos, que riman en asonante el segundo y cuarto, fueron la combinación métrica elegida para crear la copla -que en Aragón se llama también canta, cantar o cantica- y han constituido desde siempre el soporte textual habitual de la jota cantada, excepción hecha de los estribillos y de algunas pocas coplas de cinco o seis versos.
Las coplas son por tanto imprescindibles para el canto de la jota. Y ésta, durante algunos años, especialmente durante la segunda mitad del siglo XX, les dio inexplicablemente la espalda. No hubo renovación en las coplas, se cantaban casi siempre las mismas y apenas surgían nuevos autores que apostaran por ellas y escribieran nuevos cancioneros.
Hasta entonces habían escrito coplas dos tipos de poetas: los de extracción popular, los hombres del pueblo que con su ingenio y sensibilidad tradicionales han creado algunas de las cantas más hermosas (Ambrosio Ruste, Emilio Ester Rubira, Ruperto Aznar Sanz, Luis Sanz Ferrer, José Iruela, Pedro Lafuente, Joaquín Yus…); y los de formación académica y voluntad y exigencia literarias, los escritores "cultos" para entendernos, que, especialmente a finales del XIX y en los primeros años del XX, pusieron en muchas ocasiones su inspiración al servicio de la jota. Pensamos, por ejemplo, en Eusebio Blasco, Luis Royo-Villanova, Joaquín Dicenta, Mariano de Cavia, Cosme Blasco, Mariano Miguel de Val, Juan Moneva, José García Mercadal, Fernando Castán Palomar, Alberto Casañal, Sixto Celorrio o Gregorio García-Arista. Luego, como digo, hubo un gran parón y apenas unos pocos escritores (Alfonso Zapater, Mario Bartolomé o José Verón Gormaz a la cabeza de ellos) se atrevieron a usar la copla como instrumento de creación.
¿Por qué ocurrió esto?
Pues porque durante años los intelectuales, los escritores, los artistas, dieron la espalda a la jota. Veían en ella algo del pasado, algo instrumentalizado políticamente y algo declaradamente confesional (las coplas religiosas eran no sólo habituales sino sobreabundantes en un momento en el que la sociedad caminaba ineluctablemente hacia el laicismo y dejaba las manifestaciones religiosas para la esfera íntima y privada), y apenas nadie quería participar en algo en lo que había, desde el punto de vista del prestigio intelectual, mucho que perder y poco que ganar.
Era pues necesario renovar las coplas y también volver a cantar, entre las más tradicionales, aquellas que pudieran gustar y emocionar a los aragoneses de cualquier condición, sin distinción de clases ni ideologías: pensemos en rondaderas como la de Mainar, en bellísimas coplas de amor como la que suele cantarse con el estilo "de la del albañil": "Baturrica, baturrica/ yo te llamo, yo te llamo/ que no tardes, que no tardes/ que me acabo, que me acabo", en el estilo Calatayud: "Derecha te estás criando/ como las cañas del trigo/ aquí te estoy esperando/ para casarme contigo", o en las coplas de humor aragonés que aquí tanto gustan: "Cuando se murió mi madre/ dijo una verdad mi abuela:/ si este chico tiene suerte/ vivirá hasta que se muera" o "Anda y dile al ayudante/ de parte del ingeniero/ que le diga al capataz/ que trabaje el caminero".
La obsesión por la renovación de las coplas no viene naturalmente de ahora. Demetrio Galán ya en 1966 clamaba por ella en El libro de la jota aragonesa. Lamentaba que a los estilos y tonadas se les denominara habitualmente "con la expresión literaria del primer verso, o del segundo, o por cualquier detalle de la copla aplicada" pues durante años se ha tenido la mala costumbre de aplicar casi siempre las mismas letras a los mismos estilos, con lo que se producía un empobrecimiento notable de las cantas. Y explicaba que "no es lógico que entre más de quince mil coplas que existen en los cancioneros aragoneses, en las múltiples colecciones de cantas que se han editado, en la tradición verbal de las gentes de los pueblos, en los archivos particulares..., se elijan casi siempre las mismas, con lo que se evidencia la rutina y se deja de satisfacer a los oyentes con una más amplia variedad de coplas representativas de las cosas de Aragón, de sus sentimientos, de sus costumbres". Afirmaba, con toda solemnidad, que "es necesario que los intérpretes de la jota cantada procuren seleccionar siempre las coplas que vayan a ofrecer al público... (porque) ha llegado la hora de ir renovando las que rutinariamente, desde hace tantos años, se vienen aplicando a las mismas tonadas". Y exigía que los aragoneses demostráramos que "la vena poética, el ingenio y la gracia de nuestras coplas no están limitados a unas docenas de ejemplos, cuando en realidad nuestro acervo de cuartetas es inmenso". Todo esto, recordémoslo, en 1966.
Uno, que está naturalmente de acuerdo con esas afirmaciones, va todavía un poco más lejos y es de la opinión que las coplas que los cantadores elijan para ser cantadas en público (no por supuesto en reuniones privadas o en ambientes íntimos y reducidos, en los que, faltaría más, cada uno puede cantar lo que le venga en gana) sean aquellas en las que todos los aragoneses nos reconozcamos sin problema alguno. He dicho muchas veces que si en una reunión de personas no unidas por lazos de amistad fraterna, la prudencia, la discreción, el buen gusto y la buena educación aconsejan no hablar de política ni de religión, porque no se sabe en modo alguno cómo van a pensar los otros ni cómo se van a recibir nuestras opiniones, cómo no hacerlo en un certamen o festival en el que nos están escuchando cientos, acaso miles de personas. Las creencias religiosas o políticas pertenecen a la esfera más privada, más íntima, y del mismo modo que no las exteriorizamos a la primera de cambio en una reunión cualquiera, no sé muy bien por qué hay que hacer ostentación de ellas cuando se canta en público la jota. Bueno, en realidad, lo sé muy bien: porque son costumbres que se arrastran de épocas predemocráticas y de un régimen anterior -confesional por supuesto y españolista a machamartillo-, al que sí le interesaba que se difundieran esas ideas. Podrían decirme ustedes a pesar de ello que cualquier cantador tiene todo el derecho del mundo a expresar en público sus ideas, aunque éstas pudieran disgustar, fatigar o aburrir a parte del público asistente. Así es, en efecto. Pero por la misma razón otros cantadores también tendrían el mismo derecho a expresar las contrarias, por lo que el certamen, concurso o festival se convertiría en una especie de Parlamento en el que cada cual expondría y defendería sus creencias o ideología. Y en eso, espero que todos estemos de acuerdo, no puede convertirse la jota.
Así pues, dado que hay millares de coplas que pueden gustarnos a todos, elijamos éstas para cantar nuestras jotas, conciliando las más antiguas con las nuevas que Miguel Ángel Yusta y sus discípulos vayan escribiendo. Y arrinconemos de una vez por todas las coplas que sólo emocionan o con las que sólo se identifican una parte de los aragoneses, pero no todos ellos. No se trata, espero que haya quedado muy claro, de sustituir una ideología por otra: se trata, justamente, de que no haya ideología, de buscar un punto de encuentro en el que cualquier aragonés de cualquier condición, ideología o creencia, pueda vibrar con la jota.
Todo cambió, afortunadamente, desde que en 2005 se inició el proyecto de "La jota ayer y hoy", en el que Nacho del Río tuvo un papel esencial, y que ha culminado en el espectáculo-gala Xotares con una apuesta decisiva por la modernidad, la cultura y el buen gusto. En Xotares, que se estrenó este mes de abril en el Teatro Principal de Zaragoza, los más grandes cantadores del momento cantaron a Costa, a Luis Buñuel, a Francisco de Goya…, utilizando nuevas coplas escritas ad hoc por uno de los más destacados poetas aragoneses de los últimos años: Miguel Ángel Ortiz Albero. Las cosas, por tanto, empezaron a hacerse desde 2005 con criterio, con un gusto exquisito, muchos escritores, artistas e intelectuales se acercaron ya a la jota sin ningún rubor y el gran Miguel Ángel Yusta se puso al frente y abanderó a todos aquellos poetas y escritores que estaban por la renovación de las cantas. Miguel Ángel Yusta no sólo no ha desdeñado la copla como modo de expresión poética sino que se ha convertido en los últimos años en uno de sus más decididos defensores desde su sección "Rincón de coplas" en Heraldo de Aragón. Yusta ha perdido ya la cuenta de las veces que ha ganado el Concurso de Coplas Aragonesas que convoca el Ayuntamiento de Zaragoza, y ha conseguido el honor sin parangón de que algunas de sus cantas sean ya patrimonio de todos y de que todos las canten sin conocer su autoría. Yusta ha retomado pues la antigua tradición de que los grandes escritores aragoneses dedicaran algunos de sus afanes a la jota aragonesa; y ha sido tan generoso que decidió que esos esfuerzos por difundir y prestigiar la jota no serían pocos sino abundantes, pródigos y fecundos. Y el último ejemplo de su generosidad es este cancionero de coplas que viene a enriquecer de forma indiscutible la gran bibliografía ya existente sobre cantares aragoneses. Coplas de amor, coplas sobre Aragón, sus gentes y su paisaje, coplas de costumbres, rondaderas…, coplas que nos llegan al corazón porque nos hablan de los sentimientos y las pasiones de muchos de nosotros.
Por esa dedicación a nuestras coplas, por esa generosidad en entregar a la jota buena parte de su talento, los aragoneses estamos en deuda con Miguel Ángel Yusta. El pueblo llano aragonés, el que todavía canta la jota a diario sin pedir perdón por ello a los gurúes de la modernidad y a tantos como se empeñan en uniformarnos bajo una cultura global, ha encontrado en él al mejor de sus troveros.
José Luis Melero
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