El escritor y periodista Valentín Martín, publica este magnífico artículo sobre la copla en el periódico "Salamanca al día".
Muchas gracias por citarme.
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Texto:
Una
 de las señas de identidad de la dictadura franquista es su voracidad 
por apropiarse de todo. Incluso del pantano de mi pueblo, una idea de 
don Filiberto Villalobos, médico, ministro de la segunda república, y 
sobre todo paisano. Qué faena nos hizo usted, don Fili. A la idea de don
 Fili le siguió el proyecto de Indalecio Prieto, que es quien tenía las 
competencias para hacer el pantano. Todo quedó interrumpido por  el 
golpe de Estado. A la república no le dio tiempo ni a acabar con las 
miles de escuelas que estaba construyendo. Y el pantano de mi pueblo lo 
construyó e inauguró Franco, como otros muchos proyectos republicanos.
Por
 cierto, tengo que repetir aquí que el generalísimo se equivocó de botón
 al inaugurar el pantano de mi pueblo. No le dio con el dedo al de bajar
 las compuertas, sino al de encender las luces de la presa. Así que ahí 
tenemos al dictador con la euforia luminosa y a pleno sol. E inaugurando
 dos veces en dos minutos el mismo pantano.
La
 dictadura franquista se apropió también de la gente. Unos se dejaron y 
otros no pudieron oponerse porque estaban ya muertos. Entre esto últimos
 hay que contar con don Miguel de Unamuno, que después de dimes y 
diretes, fue enterrado con honores falangistas. Vivir para ver, hubiera 
dicho el Rector.
Unamuno, como 
todos los escritores de la Generación del 98 menos los hermanos Machado,
 era enemigo acérrimo de la copla. La copla, un género popular español 
tan lleno de pasiones y del que no se conoce muy bien su origen fue 
fagocitada también por los propagandistas del franquismo.
Mal
 hecho porque la copla caminó sola primero de la mano de Pastora 
Imperio, y luego fue más bien republicana si recordamos a  “María de la 
O”, “El día que nacía yo”, “Suspiros de España”, “Ojos verdes”,  “La 
bien pagá”, o “En las cruces de mi reja”, por poner unos ejemplos.
Y
 hay un claro desacierto al identificar a la copla con Andalucía. Hay 
autores como Quintero que era de Ceuta, Ochaita de Guadalajara, Solano 
de Cáceres. Y si vamos a las voces, tenemos a Concha Piquer (la musa del
 régimen) nacida y criada en Valencia; Angelillo, de Madrid; Imperio 
Argentina, de Buenos Aires; Raquel Meller, de Tarazona; Rosita Ferrer, 
de Barcelona. No se puede achacar a la casualidad que los ideólogos 
culturales del régimen pensasen llegar por todos los medios a una España
 andalucista.
Por eso hicieron con 
el flamenco lo mismo que con la copla, obviando que Carmen Amaya era 
catalana, o Antonio Gades (Antonio Esteve) era de Alicante; o que Rafael
 Farina se crió en Los Pizarrales de Salamanca, después de nacer en un 
pajar del Martinamor, unos cuantos kilómetros dentro de la misma 
provincia.
La copla y el flamenco 
se rozan, pero no son lo mismo. El origen del flamenco parece cercano a 
un mestizaje morisco. Y tampoco es lo mismo que el llamado cante jondo 
(hondo) de quien Manuel de Falla decía que era más antiguo que el 
flamenco.
Ahora Estrella Morente ha
 grabado un disco de copla. Hace bien, flamenca de postín por parte de 
padre y madre, ha reinado en el flamenco hasta ahora. La inquietud le 
llevó a su padre -Enrique Morente- a buscar nuevas fórmulas de expresión
 dentro del flamenco, mientras que otros como José Menese se han muerto 
sin apartarse de su pureza.
Esa 
misma inquietud ha empujado a Estrella a la copla.  Estrella no añade 
nada a este género, aunque no pierde la dignidad de una intérprete 
prodigiosa. Pero “aflamenca” la copla. Y está bien que lo intente, 
aunque para eso haya tenido que huir de las clásicas (“Cinco farolas”, 
“Y sin embargo te quiero” “Ojos verdes”, y alguna más).
Cuando
 hace unos años asistimos a la trifulca entre Rocío Jurado y Concha 
Márquez Piquer porque la primera había dicho (al ser preguntada por la 
Piquer) que ella era más larga, Rocío tenía razón aunque la hija de la 
tonadillera y del torero rubio, que estaba casado con otra, se pusiese 
como se puso. Porque Rocío Jurado cantaba tan bien la copla como el 
flamenco, incluso como la balada.
De esto doy fe, porque la escuché junto a su primer marido con quien departimos el tiempo de los exilados que un día volvimos.
Y conmigo, toda España.
Tanto
 la copla como el flamenco tienen unos cimientos literarios. Y ahí sí 
que no pueden saltarse las reglas. La poesía popular -tan olvidada- es 
muy agradecida pero muy exigente.
Digamos
 que desde este ángulo, la copla es para Rafael de León, devoto de 
Miguel de Molina; y que el flamenco lo dejamos para Federico García 
Lorca, más cercano a Manuel Torre y Tomás Pavón.
Las
 dos seducciones se fusionan en dos poetas actuales: Miguel Ángel 
Yusta,  a quien debemos cientos de coplas y que tiene un espacio semanal
 en el “Heraldo de Aragón” para dar vida a esta poética, y Manuel López 
Azorín, que enlaza con el anterior a través del romance (con guiños a la
 seguidilla) en su libro “Romancero flamenco”.
Ni
 en la literatura ni en la música se puede poner de rodillas en el  
olvido aquello que es tan importante que nadie sabe de dónde viene. Y es
 porque viene del pueblo.

