«La copla: poema y canto. Un recorrido histórico por la estrofa castellana más popular con parada en la jota aragonesa», de Miguel Ángel Yusta.
Un libro imprescindible para quienes se deleitan con la poesía.
Hay que reivindicar la copla. La historia de la literatura la escriben los vencedores de la crítica y estos pequeños poemas, aprendidos de memoria por el pueblo, han sido los grandes derrotados por las valoraciones de los puristas del Parnaso que escriben de espaldas a ese pueblo al que, en el fondo, desprecian. Hasta ahora, la copla había sido dolosa y dolorosamente borrada del mapa literario español y de las «Guías Michelin» de la poesía al uso.
La copla es poesía de estricta tradición oral, basada en su capacidad para ser cantada o recitada (quizás al oído de una muchacha o un muchacho), como lo pudo ser el Romancero clásico español.
En su complicada humildad podemos encontrar medida, ritmo y rima, que son los valores de una poesía del lenguaje que es la que con más fuerza llega al corazón de quienes la escuchan; coplas que hacen vibrar con sus armonías sencillas pero directas, con la fuerza descriptiva de sus historias de amor o de muerte, de tragedia o de comedia, concentradas con maestría en apenas cuatro versos.
A este respecto puede ser oportuno citar aquí a Ortega y Gasset, quien dijo que la poesía popular es la rebelión de las masas frente a la deshumanización minoritaria del arte. Pero creo que no es adecuada la división entre poesía culta y poesía popular, o entre poesía mayor y poesía menor sino entre poesía de emociones y sentimientos (poesía grande) o poesía hueca.
Yo creo que quienes la desprecian olímpicamente desconocen que los Machado, García Lorca, los Quintero, el propio Lope de Vega (que en letrillas y villancicos nos dejó muestras de su fecundo ingenio) no desdeñaban hacer una copla (porque sabían lo difícil que era hacerla bien). Si éxito tiene García Lorca con su «Romancero gitano» y si los españoles se aprenden de memoria y recitan «La casad infiel» es porque justamente es poesía sonora, con medida, ritmo y rima. Sin duda copla son también esos «vientos del pueblo» de Miguel Hernández.
Hay en este libro un prólogo de Juan Domínguez Lasierra y un estudio preliminar de Susana Díez de la Cortina, con quienes no me atrevería a compartir estrado, de modo que perdóneseme la osadía de las pobres líneas precedentes, fruto de la admiración por el autor de este auténtico tesoro y de las ganas de compartirlo.
Termino abrochando mis comentarios con una copla-dentro-de-otra-copla, que se puede leer en «La profecía», de Rafael de León:
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
Alicia M. K.
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